La crianza confinada nos ha puesto a prueba, querida mía. Y yo, intentando sobrevivir y con el afán de compartir mis estrategias para que tú también lo consigas, hoy vengo a reivindicar la risa como herramienta de supervivencia maternal.
Llevamos un año (¡UN AÑO!) de pandemia, confinadas, con restricciones de movilidad, con tele-cole, tele-terapias, tele-extraescolares, tele-trabajo y tele-todo, conviviendo con la familia al completo las 24 horas de los 7 días de la semana (o un poco menos, cuando los peques pueden ir al cole)…
Y no es fácil. No lo ha sido, y no lo es ahora tampoco, aunque nos vayamos acostumbrando, aunque veamos la luz al final del túnel pandémico. Porque la crianza tiene una carga mental enorme y los últimos 12 meses, aparte de soportar ese peso, hemos tenido que hacer verdaderos malabares mientras la culpa nos hostigaba.
Aprendimos a hacer de profes, a llevar adelante parte (o toda) la intervención terapéutica de nuestros hijos e hijas atípicas, a hacer pan y bizcochos, a ser el parque y los amigos de nuestros hijos, a acompañarlos emocionalmente ante un escenario desconocido que nos da pánico a nosotras mismas, a inventar manualidades o actividades olímpicas intra-muros para mantenerlos activos, y a teletrabajar malamente en pijama, en un rincón de nuestro hogar, con la TV y las consolas que habíamos demonizado, siendo nuestras aliadas para poder contener grititos, demandas e interrupciones en nuestros innumerables zoom, teams, hangouts y whatsapp video imprescindibles para seguir proveyendo los víveres a casa.
Nos peleamos con los certificados electrónicos, con las administraciones que dejaron en stand by miles de gestiones para nuestros hijos dependientes y/o con discapacidad.
Se esfumaron los momentos de pareja (si es que los teníamos, claro), las abuelas hadas-mágicas que nos los cuidaban algún día y las salidas esporádicas para no seguir cocinando en bucle (¿es que los niños nunca hacen ayuno?).
Pues eso. La ansiedad al límite y la premisa de que cuidar al cuidador es clave (como dice mi querida psicóloga Elena Guijarro), estos meses me han llevado a buscar fuentes de bienestar para poder sobrevivir a la maternidad confinada.
Hoy tenía ganas de descubrirte dos maravillas, porque estoy segura que te van a cambiar el humor como a mí: un podcast y un libro para reírnos con ruido, sentirnos menos solas y escapar un rato de nuestro día de la marmota.
Madres Confinadas: el podcast
Muy fan de Jimena Ruiz Echazú desde hace años, ahora aún más. En este nuevo podcast que ha creado junto a Virginia Llera, las Madres Confinadas nos regalan un rato de risas e historias compartidas, donde todas las madres confinadas (o Antonias, como ellas dicen), pueden participar.
Las puedes escuchar en spotify, el día y a la hora que puedas/quieras, incluso cuando vas a tender la quinta lavadora (¿es que el cesto de la colada no tiene fondo?). Por cierto, en el segundo episodio, vas a comprobar mi aportación al colectivo: un salvoconducto (100% fake) para escapar de casa justo unos segundos antes de poner a tu pareja en adopción y divorciarte de tus hijos.
Mamá en busca del polvo perdido
Hacía mucho (muuuuchoooo) tiempo que no leía un libro tan ágil, realista y divertido. Jessica Gómez ha conseguido que se me dibuje una sonrisa en la cara durante la jornada y media que tardé en leer su última creación: Mamá en busca del polvo perdido.
Como no quiero hacer spoilers, voy a dejarlo así: regálate el libro en el formato que te sea más cómodo (papel o ebook), escóndete de interrupciones en el baño o en la cocina (porque ahí no entra nadie más, ¿no?), y entrégate a una historia que te resultará igual de familiar que desternillante.
La próxima te traeré mis series, monólogos y pelis preferidas para reír con facilidad.
Me encantaría que me dejes en los comentarios cómo llevas tu crianza confinada y qué es lo que más te ha hecho reír ultimamente.
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¡Nos leemos!
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