Hoy quiero compartir el motivo de esta foto.
La sonrisa de mi hijo después de la prueba de alergias tiene una explicación: empatía.
En la consulta de alergología que nos tocaba el jueves, la empatía, el respeto y el cariño han estado presentes cada segundo de la visita. Desde el médico hasta las enfermeras que le han pinchado
Mi peque tiene el umbral del dolor altísimo, sin embargo, no tolera ver sangre, agujas y mucho menos que lo sujeten en contra de su voluntad.
La última vez que hicimos las pruebas de alergia, en otro centro, el nivel de stress llegó a sus máximos. Mi hijo a los gritos, llorando, sin posibilidad de quedarse quieto aún con un alergólogo amable pero que no contaba con la experiencia o los recursos para facilitar el momento. Recuerdo que pasamos cerca de una hora hasta que conseguí calmar a mi niño y que antes de hacer la prueba, el médico y yo nos pinchamos para que viese que no dolía. No era la primera vez y aunque la anticipación la tengo siempre a la orden del día, no había sido suficiente. Mi hijo entra en crisis cuando ve que lo van a pinchar y ni hablar de la resistencia que pondría si intentásemos sujetarlo. No es una opción, salvo en una emergencia.
El amor, la paciencia, la anticipación, el conocimiento de sus miedos y las causas que desembocan en crisis a veces no son suficientes para prevenir estas situaciones.
Cuando nos recibieron lo primero que hice fue decirle al doctor que, aparte de tener parálisis cerebral, mi hijo está dentro del espectro autista. No hizo falta más. Esperas mínimas, palabras en un tono amable y suave, anticipación y una propuesta que no esperábamos: le ofreció pasar la prueba utilizando gafas de realidad virtual con dibujos animados para no ver la escena de los pinchazos.
Unos minutos después, mi hijo estaba en la llamada prueba del tren con las gafas puestas, sin posibilidad de observar su brazo y con una mezcla de tranquilidad y alegría gracias a las dos enfermeras que se ocuparon de ir preguntándole sobre el dibujo que veía en la pantalla mientras iban colocando gota a gota los diferentes alérgenos sobre su piel para luego pincharlo.
Tal fue el éxito que salimos de allí celebrando y mi hijo diciendo que le encantaba ir al Hospital Gregorio Marañón, que su alergólogo y las enfermeras eran geniales y que le gustaba tener alergia.
Desconozco si la posibilidad de usar las gafas de VR se ofrecen a todos los peques, típicos y atípicos, pero estoy convencida que es un recurso genial para facilitar algunas de las experiencias de los niños y niñas en el ámbito sanitario. La tecnología puesta al servicio de la humanización, aunque parezca una incongruencia, hoy nos ha salvado la mañana. Y eso viene de la mano de profesionales que entienden la diversidad, las necesidades de facilitar los procedimientos desde el respeto al paciente y que acompañan el uso de estas herramientas con una empatía a flor de piel.
Un agradecimiento enorme a todos ellos por una atención excelente y conseguir que mi peque viva la situación con calma.
¿Os han ofrecido este recurso alguna vez para facilitar alguna intervención? ¿Qué os parece?
Nos leemos.
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1 Comentario
Que bueno contar con gente así! Felicitaciones al Hospital Gregorio Marañón! Y gracias por compartir la experiencia